El yacimiento arqueológico de la isla de Santa Comba. Desde el pasado y hacia el futuro

27/09/2002, Pedro Perales Garat

Los amigos de la Asociación Cultural Columba me piden una colaboración para el número de su revista que dedican a la excavación de este yacimiento. Acepto con gusto, agradecido por haberme dejado participar en las labores arqueológicas; fueron unas semanas inolvidables, de trabajo duro pero muy gratificante, aprendiendo y adquiriendo experiencia en un ambiente óptimo de altruismo y camaradería.

Desde los primeros momentos de la excavación, los participantes comprendimos que teníamos la suerte de trabajar en un yacimiento excepcional. Los que idearon y promovieron el proyecto habían dado en el clavo; en una pequeña porción de terreno surgían numerosos restos materiales en situación estratigráfica, demostrando que el yacimiento valía la pena. A medida que progresaba la profundidad de las catas y menudeaban los hallazgos, la sensación no hacía más que confirmarse; sin duda el yacimiento era excepcional.

Este carácter de excepcionalidad ha quedado, con seguridad, reflejado en las distintas colaboraciones que integran esta revista. El lector me permitirá insistir en ello, con el objetivo de plantear una sencilla ecuación, que podría exponerse así: “Contamos con un yacimiento de excepcional calidad; por lo tanto, debemos tomar medidas excepcionales”.

¿Es realmente excepcional el yacimiento de la isla de Santa Comba? Responder a esta cuestión nos ocupará la primera parte de este artículo, dejando para la segunda la propuesta de líneas de acción a seguir para contestar a la pregunta que se encadena lógicamente a la anterior ¿Qué se debería hacer?


La respuesta a la pregunta inicial brota inmediata e indudable para cualquiera de los participantes en la excavación ¡Por supuesto que si, es un yacimiento excepcional! Sin duda también pensarán lo mismo los arqueólogos e historiadores que conozcan los resultados científicos. Pero para otras personas es posible que esto no esté tan claro; se preguntarán el porqué. Incluso los más escépticos o maliciosos podrían pensar que es una respuesta poco ecuánime o interesada, motivada por el amor a la patria chica, la valorización del trabajo propio o el deseo de conseguirse una ocupación duradera y remunerada. Trataremos de convencerles de que el yacimiento es realmente especial, para los ojos de cualquiera, sea quien sea quien lo excave, más pronto o más tarde.

¿Qué hace excepcional al yacimiento de la isla de Santa Comba? A mi entender son tres factores. En primer lugar su localización; después, los materiales que ha proporcionado; por último su potencialidad.

Hablamos de localización. Con ello no nos referimos a la envidiable situación paisajística, que la tiene, sino a determinados factores geográficos; éstos han ocasionado que el yacimiento fuera un lugar adecuado de habitación durante muchos siglos –en la típica disposición de castro peninsular- para más tarde quedar aislado por unos derrumbes que dificultan el acceso. Fue un buen lugar para establecerse por muchos motivos, que ya se han citado en otros artículos (fácil defensa, proximidad de cursos de agua, buenas tierras en el entorno, existencia de recursos mineros importantes, etc). Pero lo más notable es que los restos de las distintas fases de población han resultado preservados mucho mejor que en otros castros costeros por las dificultades para llegar a la zona, que permanece aislada durante la mitad del ciclo mareal y a la que se llega, cuando se puede, salvando un notable escarpe; no se puede acceder a la isla con material pesado ni es posible llevar ningún vehículo, por lo que retirar grandes piedras (losas, sarcófagos, etc) es sumamente difícil, e incluso resultaría una labor pesadísima extraer piedras de tamaño mediano para aprovecharlas en la construcción. Si a ello añadimos que el lugar resulta muy visible desde los alrededores, sumamente concurridos en verano, comprenderemos las condiciones casi ideales para la preservación del patrimonio arqueológico.

Con respecto a los materiales que la excavación ha proporcionado, no es necesario que demos explicaciones, pues se trata sobre ellos en profundidad en otras colaboraciones. Tal vez no parezcan espectaculares, pero el variado registro (estructuras pétreas, cerámicas, conchas, huesos, útiles de piedra, monedas, hornos metalúrgicos) nos proporciona datos de un amplio espectro (cronología, ergología, actividades económicas, etc).

Pero además tenemos que insistir en que solamente se ha trabajado en una mínima parte de la isla. Si con esta pequeña excavación se han localizado materiales de todo tipo; si con menos de un mes de trabajos se ha demostrado su dos veces milenaria ocupación ¿qué se podría hallar en caso de continuar la excavación? ¿no debería incluso prospectarse la zona inmediata de tierra firme? Es indudable la potencialidad de la zona.

No hay porqué precipitarse. A cualquier arqueólogo le gustaría lanzarse sobre este festín, pero en aras de la objetividad y del rigor científico conviene sopesar cuidadosamente los pasos a seguir para alcanzar con eficacia los objetivos adecuados, que no tienen nada en común con la búsqueda precipitada de los tesoros del pasado.


¿Qué se debe hacer? Podríamos dar una respuesta genérica y poco comprometida; a fin de cuentas hay unas leyes de patrimonio con unos cauces previstos para llevar a cabo las excavaciones, la publicación de memorias, la difusión pública de los hallazgos y la conservación del patrimonio de todos. Sin embargo, como decíamos al principio, estamos ante un caso excepcional que merece una respuesta alejada de la rutina; más aún, este motivo extraordinario debería ser un hito que marcara un antes y un después dentro del panorama cultural de Cobas, de Ferrol y de toda la comarca.

Se me permitirá que me atreva a proponer una serie de pasos escalonados, que según mi buen entender deberían ayudar a encaminar las actuaciones en la buena dirección. Espero que se me disculpe en caso de que alguno de esos pasos ya se esté dando, y por falta de información no haya sido reflejado como se merece.

Obviamente, la primera acción es proteger lo que se tiene. Esta protección puede tener una vertiente legal (declaración de zona de especial protección), otra física (impedir que las inclemencias del tiempo o nuevos derrumbes perjudiquen al yacimiento) y otra personal (evitar la acción de posibles expoliadores).

Un segundo paso sería sacar partido a la información y a los materiales recuperados hasta la fecha. Los materiales deben ser mostrados convenientemente en una exposición que informe a los ciudadanos, a las asociaciones locales y a posibles organismos colaboradores. Es imprescindible dar a conocer los datos del yacimiento a varios niveles, no sólo en la prensa local y revistas científicas especializadas; la información difundida en revistas de arqueología y de generalidades a nivel nacional elevará la valoración del yacimiento, despertará el interés de los investigadores y servirá de foco de atracción; el propio catálogo de la exposición puede y debe ser un elemento informativo importante.

El siguiente paso debería ser la redacción de un proyecto de intervención arqueológica, en el entendido de que esto no implica que las actuaciones tengan que iniciarse a corto plazo. El proyecto es un paso previo que debe contemplar numerosos factores, desde costes, posibles fuentes de financiación, periodicidad, duración total estimada, medios de apoyo necesarios, destino de los materiales recuperados, situación en que quedará el yacimiento tras la intervención, posibilidades de explotación turística, etc. Se comprende fácilmente que la elaboración de un buen proyecto es algo imprescindible, independientemente del momento en que sea posible iniciar la excavación. Dicho en pocas palabras, para hacerlo mal, mejor dejarlo como está.

La excavación es el siguiente paso, aunque, en contra de lo que podría pensarse no supone el cierre de las actuaciones. Los yacimientos de calidad, si se saben explotar, tienen un efecto multiplicador; tanto a nivel de atracción turística como en un papel de punto de partida de actividades diversas (exposiciones, conferencias, congresos). No sucede esto solamente en centros espectaculares como Altamira o Atapuerca; en lugares aparentemente más modestos existen planes de actuación y actividades científicas que se enmarcan en programas nacionales e internacionales de cooperación.


Tal vez mi colaboración debería terminar aquí, pero dado el carácter excepcional del tema me voy a atrever a plantear otras dos cuestiones que, sin concernir directamente al yacimiento en si mismo, creo que tienen bastante relación con el asunto.

Por una parte, como historiador me gustaría defender esta parcela interesantísima de la cultura que es la arqueología; hasta ahora ha podido ser una hermana pobre y desatendida. Hay que desterrar la idea de que esta actividad sólo puede incluirse en el capítulo de gastos; los propios trabajos realizados en este yacimiento demuestran que no son necesarios grandes dispendios económicos. Hoy existen numerosas fuentes de financiación, si se saben buscar (la C.E.E, fundaciones privadas, algunas grandes empresas, el propio INEM en aspectos parciales). Pero además la experiencia y la lectura atenta de otras actuaciones nos demuestran los múltiples efectos beneficiosos que pueden devenir de esta actividad, algunos de los cuales ya hemos citado y otros se nos han quedado en el tintero. ¿Es un sueño utópico el de una ruta turística-cultural en el término municipal que incluyera Castillos de la Ría, Monte Ventoso, Lobadiz, Cabo Prior y Santa Comba? ¿No se podrían celebrar en la Universidad ferrolana unas jornadas sobre arqueometalurgia? Son algunos ejemplos a vuela pluma, que sólo pretenden despertar la ilusión por lo que puede llegar a ser.

Por otra parte, como ferrolano me gustaría elevar el nivel de nuestra vida cultural y de nuestro prestigio. La ciudad y su entorno cuentan con un rico patrimonio y con una gran cantidad de personas e instituciones desinteresadas que pueden aportar muchísimo con una buena coordinación. Pero, desgraciadamente, hasta ahora los esfuerzos individuales –muchos de ellos de gran mérito- han sido poco apoyados. Hay asociaciones culturales, investigadores, coleccionistas, pero no se detecta una cooperación hacia un fin común; casi podríamos hablar de una “cultura sumergida”. ¿Las cosas tienen que seguir así? Más concretamente ¿no puede contar Ferrol con un conjunto de museos que recojan su patrimonio natural, arqueológico, etnográfico, y artístico? En lo que respecta a la arqueología, hay que decir muchos museos provinciales españoles se han visto saturados por la abundancia del patrimonio arqueológico recuperado; en los últimos años bastantes municipios han creado museos locales. Ferrol tiene entidad suficiente para contar con un Museo Local cuyo núcleo lo formarían los materiales de Santa Comba, complementados con un plan de recuperación de material arqueológico disperso en instituciones y particulares. Creo que sería ilusionante, rompería una incuria secular, daría nuevas oportunidades a estudiosos, becarios y doctorandos, serviría como atracción para turistas y curiosos; por el contrario, si no lo hacemos así, probablemente seguiremos perdiendo patrimonio en manos de particulares y de otras localidades con más iniciativa.

Finalizo ya. Con estas líneas no he querido ejercer de crítico; antes bien mi intención ha sido continuar colaborando de alguna manera, ahora exponiendo unas inquietudes que creo justificadas. El yacimiento arqueológico de la isla de Santa Comba es excepcional; se merece un esfuerzo extraordinario de preservación, exposición de resultados de la campaña inicial y elaboración de un proyecto realista de actuaciones. No debería ser, en fin, una enésima oportunidad perdida, sino todo lo contrario; gracias a él podemos plantearnos lo que se puede mejorar en el ámbito cultural, iniciando una nueva andadura más acorde con nuestros tiempos y nuestras responsabilidades, con los magníficos recursos humanos a nuestra disposición y la riqueza del patrimonio que hemos heredado. El pasado está en nuestras manos: el futuro también.

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