Sobre la bandera de España

08/04/2017, José Mesejo Cerdido

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Sin duda constituye un hecho sorprendente, por único en la UE, el que, desde la instauración del estado Democrático en España se venga produciendo una “discreta”, cuando no manifiesta, exclusión deliberada de la histórica bandera nacional incluso en celebraciones tan extraordinariamente significativas como lo es la del Día de la Hispanidad, actualmente nominada fiesta Nacional, ignorando su vigencia de 130 años como signo distintivo de la nacionalidad española, con sólo el intervalo de unos nueve años que permaneció como bandera de la Segunda República motivado a su aparición espontánea, todavía no explicada suficientemente, ondeando sobre el edificio de Correos y Telégrafos de Madrid en ocasión de las elecciones Municipales del 14 de abril de 1936, lo que indujo, quince días después, al Gobierno Provisional de la naciente República a declararla “Bandera Republicana.”

Es pues, necesario promover el nacimiento del origen y motivo causal verdaderos, del signo representativo de todas “Las Españas” que han existido en Europa, América, Asia y Oceanía y que ha devenido en bandera común de la hoy España de Las Autonomías.

Esta bandera, en su actual forma y colores, fue diseñada y establecida por decisión del rey Carlos III, vista la necesidad de disponer de un signo distintivo que facilitase la identificación, en el mar, sin fácil error, sus barcos de guerra y mercantes, pues, desde el tiempo del reinado de Juan I de Castilla, en el siglo XV, tenían como distintivo una bandera de color blanco o amarillo con la cruz de Borgoña que la hacía prácticamente igual a la de escocia e Inglaterra, en continuo conflicto con España, lo que causaba, frecuentemente a lamentable confusión de tomar por inglés a un barco español o por español a uno inglés.

Con el fin de acabar con esta situación, Carlos III, a demanda de “la gente de mar”, después de examinar distintas propuestas y pruebas de visibilidad dispuso, en Real Decreto dado en Aranjuez el veintiocho de mayo de 1785, que “para evitar los inconvenientes y perjuicios que ha hecho ver la experiencia que puede ocasionar la Bandera Nacional que usa la Armada Naval y demás barcos españoles equivocándose a largas distancias o con vientos calmosos con las otras naciones, he resuelto que en adelante usen mis buques de guerra de bandera dividida a lo largo en tres listas, de las que la alta y la baja sean encarnadas y el ancho de cada una de la cuarta parte del total y la del medio amarilla, colocándose en ésta el escudo de mis Reales Armas reducido a los dos cuarteles de Castilla y León con la Corona Real encima.

No podrán usarse otros pabellones en los Mares del Norte por lo respectivo a Europa hasta el paralelo de Tenerife en el Océano y en el Mediterráneo, desde el primero de año de 1786, en la América Septentrional desde principios de julio siguiente y en los demás mares desde primero de 1787”.

Volviendo sobre las observaciones iniciales hay que añadir que la bandera roja y gualdo es, además de señal de identificación de los barcos en el mar y en los puertos, un signo de referencia de lo que vivieron e hicieron los españoles en su nación y a lo largo y lo ancho del mundo y de lo que vivimos y hacemos hoy, por lo que es inexcusable su presencia visible, digna y solemne, cuando y donde se trata de evocar hechos y acontecimientos memorables. esta última observación me induce a traer aquí el relato de una vivencia personal en la que una bandera española fue para mí ocasión de percibir muy clara esa significación sentimental.

Imagen 1. Instituto Tecnológico Nacional (intecna) en las afueras de la antigua ciudad de Granada, en Nicaragua
Imagen 1. Instituto Tecnológico Nacional (intecna) en las afueras de la antigua ciudad de Granada, en Nicaragua

Esta es la historia

Finalizaba noviembre de 1975. La Misión española de Asistencia Técnica a Nicaragua ultimaba la construcción y preparaba la puesta en funcionamiento del instituto Tecnológico Nacional (intecna) en las afueras  de la antigua ciudad de Granada, en la orilla occidental del lago Cocibolca, sobre las ruinas de lo que había sido Colegio Centroamérica hasta el terremoto de 1972.

Con el proyecto prácticamente realizado y estando prevista la inauguración para el ocho de diciembre, alguien advirtió que faltaban los necesarios mástiles para las banderas de Nicaragua y España.

El Jefe de estudios y coordinador de la obra, Padre Otaño, jesuita navarro, me encargó solucionar aquel pequeño problema a lo que me puse de inmediato y, a la vez, traté de encontrar una bandera española. Pero, sorprendentemente, ni en los establecimientos comerciales de Granada ni de las cercanas poblaciones de Masaya y Managua tenían una sola bandera de España, aunque si banderas de los EEUU, México, Cuba e incluso Japón, que vendían para los barcos pesqueros principalmente, que faenaban en el Mar Caribe y en la costa centroamericana del Pacífico. Al informarle de esta inesperada dificultad me pareció no darle ninguna importancia pues se limitó a decirme él se ocuparía de la bandera y que la recogiese en su oficina la víspera de la inauguración.

Llegado el día señalado acudí a recogerla al despacho del jefe de estudios. este, al verme entrar, tomó de sobre la mesa una pequeña llave y me la entregó diciendo que correspondía al cajón inferior del mueble de los mapas que se encontraba en el aula de navegación y pesca de la contigua escuela Náutica Pesquera y que yo ya conocía que se mantenía permanentemente cerrado, y también me dijo que la bandera debería ponerse en su mástil a primera hora del día de la inauguración.

Con viva curiosidad me fui, de inmediato, al aula que contenía el mueble de los mapas, abrí el misterioso cajón y encontré que contenía, cuidadosamente plegada, una bandera española que ocupaba toda la superficie del fondo. exhalaba un intenso olor a la aromática madera del palisandro, de que estaba hecha una especie de bandeja que la contenía, y, al deslizar suavemente los dedos sobre la tela se producía un raro fru fru, como eléctrico, que atribuí a la naturaleza del tejido y la sequedad del lugar. La tomé, con ambas manos, por los extremos, y la extendí sobre el suelo para apreciar su forma y tamaño y, estando en esta observación percibí que las dos bandas rojas eran de tejidos de diferente textura y que también era ligeramente distinto el color.

Sorprendido por tales descubrimientos reconocí atentamente la tela y, entonces, encontré otra cosa todavía más insólita: una de las bandas rojas había sustituido a su original, morada, de una bandera de la República como mostraba, discontinua, por todo lo ancho del lado del mástil, estando firmemente cosidas las bandas de la bandera tricolor dentro de un refuerzo de lona la persona que realizó la reconversión, sin duda poco hábil para aquel trabajo, solamente deshizo las hiladas de puntadas necesarias para poder intercalar la banda sustitutoria dejando así la muestra de cómo era el color de la anterior; también había recortado y sobrehilado, en este caso cuidadosamente, ambos bordes longitudinales de la nueva bandera roja para que resultase con la mitad del ancho de su contigua de color gualdo.

Tan extraordinario descubrimiento me motivó las inquietantes preguntas: ¡De donde procedía aquella bandera! ¿Cuál era su historia? ¿Cómo había llegado hasta aquel lugar? ¿Qué sabía de todo ello el padre Otaño? Sentí un impulso imperativo de ir, al momento, a preguntárselo, pero me contuvo tanto el sentido de la discreción como el saberle persona siempre activa y distante, pero hice el propósito de interrogarle en la primera ocasión favorable, lo que, lamentablemente, no llegó a ocurrir pues tuve que dejar la Misión de asistencia Técnica poco después.

El ocho de diciembre, muy de mañana, me fui al intecna para izar la bandera española junto a la nicaragüense que ya ondeaba en su mástil desde el día anterior. Al llegar, me encontré con que las instalaciones estaban ocupadas por la Guardia Nacional en previsión de un posible atentado de la guerrilla sandinista entonces muy activa, tuve explicar quién era y que tenía que hacer allí y un soldado, desarmado, me acompañó hasta el edificio en que se encontraba la bandera. Regresé con ella en un brazado hasta el pie del mástil. inserté la tela en las presillas que ya tenía dispuestas y halando con fuerza de la driza, elevé la bandera hasta lo más alto. Después, me alejé unos pocos pasos para poder verla con mejor perspectiva. Me pareció la más hermosa de las banderas, ondeando, lenta y silente, resplandeciente como una llama, en aquel cálido amanecer del Trópico. Permanecí largo rato mirándola cuidando de dar la espalda a los soldados de la Guardia Nacional, que me observaban, para que no pudiesen percibir mi embarazosa emoción.

Ya sereno, regresé, caminando, a la ciudad con el pensamiento puesto en los sentimientos que nos evocan las casas mudas que fueron agentes o testigos de la Historia.

Han transcurrido cuarenta años desde este episodio, sin duda trivial, pero el recordar su vivencia todavía agita dulcemente mi corazón.

 

NOTA: José Mesejo pertenece a la Junta Directiva de la Asociación San Román de Doniños

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